lunes, 24 de diciembre de 2007

Obsecadas visperas de clemencia

En ocasiones los lobos agrupan soledades, rumbos inciertos son devorados por dentelladas hambrientas de infortunios mal llevados. Desprenden alaridos aulladores, los dientes apuntados hacia las fauces de las gargolas que otean desde lo mas alto, calculando el momento fugaz en que sus atrevidas espaldas jibosas de alas raidas les indiquen el descuido y puedan carronear a gusto. Los ojos infantiles de los lobos no les permiten el banquete, son mortales escaramuzas que no se tienen permitidas

Desde el lomo se les desprenden miles de centurias apocalipticas, sobrevuelan congojas de acciones inconclusas, tristezas perennes mal disimuladas, cálidos muros de aristas filosas que ponen en mortal peligro sístoles y diástoles irregulares. Son los ejércitos mal habidos de jornadas incansables, desplazándose casi en el aire, atropellados e irredentos

Quizás alguna fortuita escaramuza los arroja por un miserable instante al mundo del que fugaron. La conformidad, la condescendencia, la hediondez que supuran en los ojos que los miran, provocan aun mas que el ataque vulgar de la derrota.

En alguna esquina se despiden de a poco, llevándose a cuesta sus propias orejas, los ojos afilados, los carrillos resonantes, las garras palpitantes. En altisonantes melodias, sucumben, se desploman y desaparecen. Retornan y se pierden de a poco. El horizonte es inalcanzable, de todos modos

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